El frío húmedo de la masmorra envolvía el cuerpo de Aslin cuando recobró la conciencia. Estaba amarrada de pies y manos, las cadenas mordían su piel y cada movimiento solo le provocaba más dolor. Trató de gritar, pero sus labios estaban cubiertos por una mordaza áspera que apenas le dejaba respirar. El pánico se apoderó de ella mientras intentaba zafarse, sin éxito alguno.
De pronto, la puerta de hierro chirrió y se abrió lentamente. La luz tenue iluminó el rostro de Cinthia, quien entró con una sonrisa cargada de burla. Sus tacones resonaban en el suelo húmedo como si cada paso anunciara un castigo.
—¿Te diviertes, Aslin? —preguntó con ironía, inclinándose hacia ella—. Te lo advertí… no ibas a disfrutar por mucho tiempo al lado de Carttal. Él siempre fue mío, y nunca tuyo.
Aslin forcejeó con las cadenas, sus ojos llenos de rabia y miedo. Cinthia la observaba con deleite, disfrutando de su impotencia.
—Pero tranquila… —continuó, con una voz venenosa—. Hoy, por fin, morirás. Y no será