La música cambió sin que se dieran cuenta. De la energía vibrante de la salsa, pasaron a una bachata que ralentizó los movimientos y transformó el ambiente. Más íntimo. Más cercano. Sus cuerpos, antes animados por el frenesí del baile, ahora se encontraban en un ritmo pausado, envueltos en una cercanía que apenas dejaba espacio para el aire entre ellos.
Las luces tenues del bar proyectaban sombras suaves sobre sus rostros. Hugo la sostenía con seguridad, y Ana María, sin saber cómo, terminó con la cabeza recostada contra su pecho, dejando que la melodía la envolviera como un susurro tibio. No hablaron. No lo necesitaban.
En algún momento, él deslizó los dedos por su espalda, rozando apenas la tela ligera de su vestido. Ella no se apartó. Al contrario, se apoyó mejor contra él, como si buscara la certeza de que aquel instante era real y no solo un efecto del ron y la música.
—No me lo esperaba —murmuró Hugo, rompiendo el silencio con voz grave—. Esta noche. Tú.
Ana levantó la mirada, y