Los primeros rayos del sol se filtraron tímidamente por la ventana de la habitación, iluminando la piel desnuda de Ana, que aún estaba envuelta en la calidez de los recuerdos de la noche anterior. Abrió los ojos lentamente, sintiendo los párpados pesados como si el sueño y la confusión se hubieran entrelazado, dejándola atrapada entre el despertar y la memoria de lo vivido. La habitación, desconocida para ella, parecía girar mientras intentaba recobrar los fragmentos de la noche que se deslizaban como agua entre sus dedos.
Un leve peso sobre su abdomen y piernas la hizo girar la cabeza. Allí estaba él, Hugo, durmiendo profundamente, con el rostro tranquilo y las sábanas desordenadas. No había intercambiado nombres, no había promesas ni despedidas. Simplemente, el ardor de un deseo compartido que ahora parecía evaporarse en la distancia entre ellos.
Se quedó inmóvil un momento, mirando su rostro mientras se preguntaba si algún otro pensamiento se cruzaba por la mente de aquel hombre. Si