El sol apenas se filtraba por las cortinas cuando Ana regresó sigilosamente a la habitación del hotel. Llevaba una sonrisa cómplice en los labios y las mejillas ligeramente encendidas por la emoción: acababa de reservar un tour que prometía una noche inolvidable por Santiago.
Al entrar, el aire acondicionado le acarició la piel expuesta. Hugo aún dormía, envuelto en las sábanas blancas, con el torso al descubierto y una pierna colgando al borde del colchón. Respiraba profundo, ajeno a la pequeña aventura de Ana. Con movimientos silenciosos, ella se despojó de la ropa y se deslizó entre las sábanas, buscando el calor de su cuerpo como si nada hubiera pasado.
Pero no engañó a nadie.
Hugo abrió los ojos en cuanto sintió el leve peso de su cuerpo. Sonrió con picardía y se giró sobre ella, inmovilizándola con su cuerpo.
—¿Intentabas escaparte otra vez de mí, princesa?
Le hizo cosquillas en los costados, arrancándole una carcajada entrecortada. Ana negó con la cabeza, atrapada entre risas y