Henrietta despertó sintiendo una extraña calidez en su cuerpo, envuelta en sábanas blancas que parecían acunarla. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, golpeando sus párpados con un resplandor molesto que le arrancó un leve gemido. Entreabrió los ojos y parpadeó varias veces, intentando acostumbrarse a la claridad, mientras una punzada en la cabeza le recordaba la intensidad de la noche anterior. Un sabor amargo en su boca y una seda abrasadora parecían susurrarle que algo no estaba bien.Al mirar alrededor, notó que el lugar era desconocido. Las paredes claras, el silencio y la impecable pulcritud del cuarto la hacían sentir desorientada. La decoración era minimalista y ordenada, sin los detalles lujosos que solían rodearla en su ático. Cada cosa en esta habitación desconocida parecía cuidadosamente seleccionada para no llamar la atención, un ambiente de paz que contrastaba con la tormenta que llevaba por dentro.Con esfuerzo, se bajó de la cama y caminó hacia una pequ
En la oficina de Helios, la luz suave de la tarde atravesaba las ventanas, iluminando sus ojos fijos en el escritorio donde había comenzado a planear el encuentro que podría cambiar su vida para siempre. Esta vez, sin esconder nada, iba a confesar lo que sentía a Herseis, y la idea de expresarle abiertamente su amor le producía una mezcla vertiginosa de emociones. Era extraño que alguien como él, siempre tan seguro, tan metódico y preciso, sintiera ahora un tipo de nerviosismo que jamás había experimentado, y que cada pequeño detalle de la preparación, cada decisión, le acelerara el pulso.A su lado, Henry lo observaba con una mezcla de curiosidad y leve diversión. Ver a su amigo tan fuera de su elemento, dudando entre elegir entre rosas o lirios, o preguntándose si debía usar un tono de voz más suave o más firme, le resultaba tan inusual como fascinante. Helios se ajustaba el cuello de la camisa, reflexionando sobre qué decir y cómo decírselo. No estaba acostumbrado a tales insegurid
Era de mañana en el penthouse. Ellos compartían el desayuno en la mesa. Aunque habían terminado su relación, seguían viviendo juntos, pero en cuartos separados.—¿Estás libre esta noche? —preguntó Helios de manera tranquila.—Sí —respondió Herseis.—Quisiera invitarte a un lugar. Pero no sé si quieras venir —dijo Helios.—Iré. ¿A qué hora?Helios le dio las indicaciones pertinentes. Al salir del trabajo pasó por ella. Iban en el auto los dos.La noche ya había caído cuando Helios y Herseis llegaron al lugar, un edificio de arquitectura clásica que se alzaba discretamente sobre una calle tranquila y poco transitada. Las luces cálidas iluminaban el exterior, destacando la elegancia y el encanto que se escondían en aquel rincón apartado de la ciudad. Helios había conducido en silencio la mayor parte del trayecto, robando miradas furtivas hacia ella, notando su perfil mientras observaba la oscuridad y las luces de la ciudad. Herseis parecía tranquila, aunque se percibía cierta expectativa
La cena se desarrollaba en un ambiente que exudaba calidez e intimidad, un entorno donde los detalles parecían haber sido cuidadosamente seleccionados. Helios, observando el cuidado que había puesto en cada aspecto de la noche, sintió una extraña combinación de emoción y tensión. Había encargado una selección de platillos refinados, esperando que el ritmo pausado le diera a cada momento el peso necesario antes de su confesión final. Herseis, mientras tanto, apreciaba el ambiente en silencio, dejando que cada sabor y aroma le brindara un respiro en medio de las emociones contenidas de los últimos días.El primer platillo, un aperitivo delicado de ostras frescas servidas con una sutil salsa de cítricos, llegó a la mesa en elegantes bandejas de porcelana blanca. Helios sabía que Herseis disfrutaba de los mariscos, y había buscado una entrada que pudiera sorprenderla, algo que evocara recuerdos de momentos tranquilos y sensuales que habían compartido. Él la miraba mientras ella probableme
Helios sintió un calor que invadía cada fibra de su ser mientras pronunciaba cada palabra. Sabía que aquel momento era único, decisivo, y mientras hablaba, la vulnerabilidad se entremezclaba con una fuerza interna que jamás había sentido tan intensamente. Su voz, habitualmente firme y mesurada, adquiría matices nuevos, emocionados, incluso algo temblorosos, algo tan inusual en él que se sentía como si estuviera revelando un aspecto de sí mismo que nadie, ni siquiera él, había conocido hasta entonces.Al confesarle a Herseis todo lo que sentía, la emoción crecía como una marea que lo envolvía por completo. Era la primera vez que se entregaba a palabras tan sinceras y abiertas, sin reservas ni filtros. Recordaba cómo había sido su vida antes de conocerla: ordenada, calculada, y en muchos sentidos vacía. Antes de Herseis, todo tenía un propósito meramente racional, una sólida estructura y predeterminada, y él, al mando de todo, siempre controlando cada aspecto de su vida. Pero desde la p
Herseis experimentó un temblor recorrer su cuerpo desde el momento en que Helios empezó a hablar. Su corazón, en un primer momento helado y detenido, comenzó a latir con una fuerza que hacía tiempo no experimentaba. Cada palabra que Helios le dirigía, cada sílaba, cargada de sinceridad y vulnerabilidad, golpeaba su espíritu con una intensidad inesperada. El aire a su alrededor parecía haber vuelto más espeso, atrapándola en ese instante como si nada más en el mundo importara. Sus ojos se habían clavado en él casi sin darse cuenta, incapaces de apartarse de su rostro que, a la luz tenue de la cena, parecía adquirir una belleza irreal.La voz de Helios, profunda y segura, se mueve con la certeza de quien ha tomado una decisión irrevocable. Mientras lo escuchaba, Herseis sintió que sus barreras, aquellas que se habían erigido a lo largo de su vida para protegerse, comenzaban a desmoronarse. Era como si él hablara directamente a su alma, como si cada palabra lograra penetrar las capas de
—¿Estás seguro? —preguntó Herseis, mientras su mirada se cristalizaba—. Soy una vieja para ti. Hay muchas mujeres jóvenes que se morirían por estar contigo.—Eres la madre de mi hijo, mi esposa y a quien amo. No hay nadie más a quién quiera —dijo Helios de manera segura—. Ni siquiera Henrietta, es a ti a quien deseo a mi lado. No solo quiero estar por un tiempo conmigo, sino toda la vida, cuidar y criar a nuestros hijos. Protegerte y formar un hogar.Herseis comenzó a llorar sin hacer ningún sonido o gesto. Ese muchacho en verdad la había enamorado y embelesado hasta los huesos. Su cerebro le indicaba que no, pero su corazón decía lo contrario.—Tú también me gustas, Helios. Me enamorado de ti —confesó Herseis con su voz quebrada—. Te amo. Te amo… Mi amor.Al escuchar esas palabras salir de los labios de Herseis, Helios sintió cómo su corazón se llenaba de una euforia contenida que jamás había experimentado. Durante tanto tiempo había deseado escuchar su confesión, tan simple y tan co
Herseis pensaba en lo irónico de aquella historia de amor que nunca se hubiera atrevido a imaginar. Helios era, por destino, el hijo de Hariella Hansen, la magnate, aquella mujer que ella tanto había admirado en su juventud, y a quien casi en secreto había idealizado. Hariella representaba esa fuerza y dignidad que Herseis soñaba alcanzar, un modelo de entereza femenina. Y aunque jamás lo hubiera planeado, la vida la había entrelazado con esa familia de una manera que iba más allá de la simple coincidencia. Ahora estaba casada con el hijo de esa mujer, un hombre en quien encontraba una mezcla de juventud y madurez que la dejaba sin palabras, quien con cada gesto y cada palabra le demostraba que aún era capaz de vivir el amor más profundo y apasionado.Recordaba sus propias dudas y temores al principio, cuando Helios le propuso aquel contrato que en ese momento le pareció simplemente una formalidad conveniente. Nunca imaginó que aquel acuerdo iría mucho más allá de lo que firmaron. En