Helios permaneció sentado, observando a Henrietta, quien frente a él luchaba por mantener la calma y la dignidad mientras el silencio se volvía un pesado manto entre ambos. La intensidad de su mirada contrastaba con su expresión serena, y aunque había aceptado permanecer allí para esa última cena juntos, sabía que nada de lo que dijera podría evitar el dolor que estaba infligiendo. Helios siempre había sido firme en sus decisiones y pocas veces dejaba que el remordimiento lo visitara, pero Henrietta no era ninguna persona. Había sido su compañera, una mujer que le brindó apoyo en momentos importantes y que fue su primer amor. Sabía que ella había imaginado un desenlace muy diferente, y, aunque estaba dispuesta a aceptar el peso de su sinceridad, no dejaba de sentirse en deuda con esa imagen de felicidad que ella había creado.Henrietta sostenía los cubiertos con firmeza, tratando de encontrar algo en qué concentración mientras su mente divagaba entre recuerdos y sentimientos que creía
Henrietta fue a un bar nocturno de manera impulsiva para ahogar su pena por ser rechazada por el hombre al que amaba. Le dolía el corazón. Era un sentimiento agobiante. Estaba sentada en la barra. La bebida en su mano era su única compañía mientras sus pensamientos y recuerdos revoloteaban, incómodos, con cada sorbo. No era frecuente que visitara bares sola, y mucho menos para olvidar, pero esta noche era diferente. Se sintió agotada y desilusionada después de lo ocurrido con Helios, y cada sorbo quemaba tanto como la herida recién abierta que latía en su interior. Había puesto todo en palabras, le había confesado su amor con una franqueza inusual para ella, y aunque el rechazo había sido amable, no por eso dolía menos.En ese rincón del bar, la música suave se mezclaba con el murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas. No esperaba que alguien la mirara o le ofreciera compañía, pero lo cierto era que la manera en que había lidiado con aquel final tan inesperado había ca
Henrietta salió del bar nocturno. Se tambaleó hacia su coche, sintiendo cómo las luces del estacionamiento parecían girar a su alrededor, intensificando la confusión y el dolor que le inundaban el pecho. La noche era fría y oscura, y aquel viento que pasaba entre los edificios parecía murmurar verdades que ella había intentado ignorar durante años, secretos de su propio corazón que se negaba a aceptar. Sus manos temblaban mientras intentaba meter las llaves en la cerradura, y cada intento fallido la hacía sentirse más derrotada, más frágil. Finalmente, sus dedos se soltaron, y las llaves cayeron al suelo, tintineando en un sonido metálico que rompió el silencio de la noche.Henrietta apoyó una mano en la carrocería fría del coche, intentando calmar el torbellino de emociones que la estaba consumiendo. El rechazo de Helios, tan contundente y real, la golpeaba en oleadas, haciéndole perder el equilibrio entre lo que era y lo que había deseado ser. Había creído, quizás de manera ingenua,
Harold había seguido a esa hermosa mujer de cabello rojo, luego de lo sucedido con aquel muchacho rubio. Desde el estacionamiento la miró en la distancia como ella lloraba sin consuelo por haber sido rechazada por el hombre al que amaba. No sabía quién era, pero era la más hermosa, fuerte y valiente. Se había confesado y había aguantado hasta ahora. Se mantuvo allí, varios minutos. Ella se durmió al descubierto. ¿Cómo una mujer tan bella se emborrachaba y se quedaba dormida a la deriva? Llamó a un taxi y la cargó en sus brazos, mientras ella permanecía sin despertarse. La llevó a un hotel y pidió una habitación.Harold la observaba con una mezcla de asombro y compasión mientras la mujer dormía profundamente, completamente ajena a su presencia ya todo lo que había sucedido esa noche. Al cargarla, apenas sentia su peso; lo que realmente le pesaba era el dolor invisible que parecía envolverla. Su rostro, ahora en reposo, no mostraba la tormenta que había visto en sus ojos antes de que el
Henrietta despertó sintiendo una extraña calidez en su cuerpo, envuelta en sábanas blancas que parecían acunarla. La luz del día se filtraba a través de las cortinas, golpeando sus párpados con un resplandor molesto que le arrancó un leve gemido. Entreabrió los ojos y parpadeó varias veces, intentando acostumbrarse a la claridad, mientras una punzada en la cabeza le recordaba la intensidad de la noche anterior. Un sabor amargo en su boca y una seda abrasadora parecían susurrarle que algo no estaba bien.Al mirar alrededor, notó que el lugar era desconocido. Las paredes claras, el silencio y la impecable pulcritud del cuarto la hacían sentir desorientada. La decoración era minimalista y ordenada, sin los detalles lujosos que solían rodearla en su ático. Cada cosa en esta habitación desconocida parecía cuidadosamente seleccionada para no llamar la atención, un ambiente de paz que contrastaba con la tormenta que llevaba por dentro.Con esfuerzo, se bajó de la cama y caminó hacia una pequ
En la oficina de Helios, la luz suave de la tarde atravesaba las ventanas, iluminando sus ojos fijos en el escritorio donde había comenzado a planear el encuentro que podría cambiar su vida para siempre. Esta vez, sin esconder nada, iba a confesar lo que sentía a Herseis, y la idea de expresarle abiertamente su amor le producía una mezcla vertiginosa de emociones. Era extraño que alguien como él, siempre tan seguro, tan metódico y preciso, sintiera ahora un tipo de nerviosismo que jamás había experimentado, y que cada pequeño detalle de la preparación, cada decisión, le acelerara el pulso.A su lado, Henry lo observaba con una mezcla de curiosidad y leve diversión. Ver a su amigo tan fuera de su elemento, dudando entre elegir entre rosas o lirios, o preguntándose si debía usar un tono de voz más suave o más firme, le resultaba tan inusual como fascinante. Helios se ajustaba el cuello de la camisa, reflexionando sobre qué decir y cómo decírselo. No estaba acostumbrado a tales insegurid
Era de mañana en el penthouse. Ellos compartían el desayuno en la mesa. Aunque habían terminado su relación, seguían viviendo juntos, pero en cuartos separados.—¿Estás libre esta noche? —preguntó Helios de manera tranquila.—Sí —respondió Herseis.—Quisiera invitarte a un lugar. Pero no sé si quieras venir —dijo Helios.—Iré. ¿A qué hora?Helios le dio las indicaciones pertinentes. Al salir del trabajo pasó por ella. Iban en el auto los dos.La noche ya había caído cuando Helios y Herseis llegaron al lugar, un edificio de arquitectura clásica que se alzaba discretamente sobre una calle tranquila y poco transitada. Las luces cálidas iluminaban el exterior, destacando la elegancia y el encanto que se escondían en aquel rincón apartado de la ciudad. Helios había conducido en silencio la mayor parte del trayecto, robando miradas furtivas hacia ella, notando su perfil mientras observaba la oscuridad y las luces de la ciudad. Herseis parecía tranquila, aunque se percibía cierta expectativa
La cena se desarrollaba en un ambiente que exudaba calidez e intimidad, un entorno donde los detalles parecían haber sido cuidadosamente seleccionados. Helios, observando el cuidado que había puesto en cada aspecto de la noche, sintió una extraña combinación de emoción y tensión. Había encargado una selección de platillos refinados, esperando que el ritmo pausado le diera a cada momento el peso necesario antes de su confesión final. Herseis, mientras tanto, apreciaba el ambiente en silencio, dejando que cada sabor y aroma le brindara un respiro en medio de las emociones contenidas de los últimos días.El primer platillo, un aperitivo delicado de ostras frescas servidas con una sutil salsa de cítricos, llegó a la mesa en elegantes bandejas de porcelana blanca. Helios sabía que Herseis disfrutaba de los mariscos, y había buscado una entrada que pudiera sorprenderla, algo que evocara recuerdos de momentos tranquilos y sensuales que habían compartido. Él la miraba mientras ella probableme