La tarde se cernía sobre el hospital, tiñendo los pasillos de un gris melancólico. Sienna, después de su encuentro con la anciana y el tormento en el café, se sentía como un equilibrista sobre una cuerda floja, con cada paso más incierto que el anterior.
Su mente era un campo de batalla: la profecía, el secreto de Robert, la creciente pasión por Leo, y la lealtad herida hacia Chris. La carga era insoportable, y Chris, con su aguda percepción, estaba a punto de romper el frágil equilibrio.
Chris encontró a Sienna en la sala de espera desierta, su figura estaba encorvada en la silla con los hombros temblando silenciosamente. El jugo que le había traído seguía intacto a un lado, y el agotamiento en su rostro era más profundo de lo que nunca antes había visto. No era solo el estrés por Ethan; había algo más, algo muy oscuro que la carcomía.
Se sentó frente a ella con sus ojos fijos en los suyos. El tono de su voz era bajo, casi como un murmullo, pero cada palabra tenía el peso de una roca