La lluvia seguía cayendo a cántaros, y Sienna apretaba el volante del auto tan fuerte, que sus nudillos blanqueaban con el agarre. Consiguió llegar en una sola pieza hasta el estacionamiento del edificio y dejó parqueado a su destartalado vehículo en cualquier lugar, para luego echar correr hacia dentro tratando de evadir a la lluvia, pero fue imposible. Así como era imposible zafarse de todo su infortunio personal.
Se quedó de pie en la puerta, con la mirada perdida en la lluvia que oscurecía aún más la espesura de la noche y, totalmente agotada, echó a andar arrastrando sus pies sobre la escalera, un peldaño a la vez, como quien quiere desaparecer de una vez por todas.
Dejó escapar un suspiro antes de empujar la puerta de su pequeño departamento y se dejó caer en el mueble viejo y roto de la salita mientras se sacaba los zapatos y se los quedaba mirando.
— Carajo, está mojados… a ver que me voy a poner mañana si tengo que salir al hospital… — suspiró y escuchó los pasos suaves de Yu