Bella tampoco puede dormir. Da vueltas en la cama una y otra vez con los ojos abiertos en la oscuridad, el cuerpo tenso, el pensamiento atrapado en lo que ocurrió. El mensaje en la muralla, la sangre, la llegada de la policía. Nada de eso es simple ni pasajero. Aunque le aseguraron que investigarían, ella sabe que no será tan fácil. Quien sea que lo hizo no se dejará encontrar así como así.
La noche avanza y ella apenas logra dormitar casi al amanecer cuando, de repente, la puerta de su habitación se abre de golpe. Esteban entra sin tocar, con la expresión grave y una tablet en la mano.
—Levántate. Tienes que ver esto.
Bella se incorpora de inmediato. Sus ojos, aún somnolientos, se posan en la pantalla del dispositivo que &eacu