La tensión se percibe en cada rincón de la casa Navarro. El aire es denso, casi cortante. Esteban se encarga de hablar con la policía lo más lejos posible de la entrada principal para no perturbar a los niños. Su expresión es rígida, su tono, bajo y contenido.
Aun así, Bastian y Beatrice, desde la ventana de su habitación, alcanzan a escuchar fragmentos, palabras sueltas, murmullos sospechosos. No entienden los detalles, pero reconocen el miedo en los rostros de su madre y su tía. El silencio incómodo, las miradas evasivas y el movimiento inusual de los guardias del portón confirman que algo ha ocurrido, algo serio.
Durante la cena, nadie dice una sola palabra. Las cucharas chocan suavemente contra los platos, y el sonido parece retumbar demasiado. Los niños no preguntan,