Los hijos del Alfa Nial están tramando una travesura deliciosa. Han oído que su padre está en busca de una niñera para que se encargue de ellos, ya que su oficio como jefe de la manada le mantiene ocupado a tiempo completo. Así que ellos mismos van a buscar a una mujer. Pero no para que sea su niñera. ¡Sino para emparejarla con su padre!
Leer másUna traición reciente lo empujaba a escapar, largarse de allí.
Ella lo había engañado… destrozado.
Para Maximiliano Valenti, esta no era una noche cualquiera: era su despedida.
Se encontraba en un rincón del salón, rodeado de colegas y amigos que ofrecían las últimas palabras de aliento antes de su partida a Valtris, la ciudad donde había decidido comenzar de nuevo. Una elección que no era solo profesional, sino también emocional. Quizás empujado por el dolor, su deseo de alejarse. Irse tan lejos que no fuese capaz de recordarla, pero más importante, no verla.
Todavía escuchaba su corazón romperse cuando pasó todo. Y lo recordaba con claridad.
(Inicia flashback)
Maximiliano estaba sentado junto a la mesa, con una copa de vino en la mano, mirando hacia la pista de baile donde los demás reían y se divertían. Era el aniversario de boda de sus suegros y, como siempre los habían invitado. Amelie, su prometida, se movía con demasiada cautela, sus manos jugando con el borde de su vestido.
Finalmente, ella se acercó. Se sentó frente a él y dejó su copa sobre la mesa sin mirarlo directamente.
—Tenemos que hablar. —Su tono era neutro, sin rastros de duda ni emoción.
Maximiliano levantó la mirada, dejando la copa a un lado.
—¿Ahora? —preguntó, confuso, tratando de leer su expresión.
Amelie respiró hondo y lo miró por fin, sus ojos tan fríos como el cristal de la copa que sostenía.
—Sí. Es importante. —Se cruzó de brazos, como si se estuviera preparando para un trámite que no podía postergar.
La pausa que siguió fue insoportable, y Maximiliano sintió un leve nudo formarse en su estómago. Aún así, intentó mantenerse firme.
—Dilo. —Su voz fue baja, casi un susurro, como si presintiera el golpe que estaba por venir. Porque todo indicaba que era un golpe, uno de esos que te noquean tan fuerte que no quedas con ganas de más.
Ella lo miró directamente, con una calma cruel.
—Conocí a alguien más. Y estoy enamorada. —Aquellas palabras ya no solo eran crueles, sino reales, desastrosas, precisa y letal. Maximiliano parpadeó, su mente atascada tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Amelie no se detuvo; su voz era tan afilada como la hoja más letal—. No quería que te enteraras por otra persona, así que decidí decírtelo yo misma. —Su tono era frío, desprovisto de remordimiento—. Creo que te debo al menos esa honestidad.
Maximiliano soltó un respiro entrecortado y apoyó las manos sobre la mesa, apretándolas con fuerza. Las palabras se le atoraban en la garganta, pero finalmente logró hablar.
—¿Honestidad? —preguntó, su voz temblando apenas. La incredulidad en sus ojos era evidente—. ¿Eso es lo que llamas esto?
Amelie inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera evaluando su reacción.
—No lo hagas más difícil, Maximiliano. Lo nuestro no iba a durar. —Su voz tenía un filo seco, como si lo estuviera reprendiendo por no entender algo obvio—. Tú... siempre tan obsesionado con el control, con tu trabajo, con todo. Yo necesito algo más. Algo que tú no puedes darme.
Maximiliano sintió que el aire se volvía pesado, pero no dijo nada. Amelie tomó un sorbo de vino, aparentemente indiferente al silencio que ella misma había creado.
—Entonces... ¿me engañaste? —murmuró finalmente, su voz rota, contenida por una rabia que amenazaba con desbordarse.
Ella dejó la copa en la mesa y lo miró directamente, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Llámalo como quieras. Pero creo que, en el fondo, sabes que te estoy haciendo un favor. —El desprecio en sus palabras lo dejó paralizado—. Esto es lo mejor para ambos.
Maximiliano la miró, con el corazón desgarrado, sintiendo cómo todo lo que había construido con ella se desmoronaba. Amelie, sin embargo, parecía haber terminado. Se puso de pie, arregló la falda de su vestido y lo miró una última vez.
—Amelie…—su voz se rompió y se odió en ese momento por amarla, por permitirle que lo destruyera de esa manera. Tomó su mano, un toque frío, doloroso—. ¿Quién es él?
—Deberías seguir adelante, Maximiliano. Lo superarás. —Y con eso, se dio la vuelta y desapareció entre la multitud.
Él permaneció sentado, inmóvil, viendo cómo su mundo se rompía en mil pedazos mientras el ruido del salón parecía alejarse, dejándolo en un vacío aplastante.
Su prometida lo que acababa de dejar luego de una traición.
(Termina flashback)
Amelie, el nombre que evitaba pronunciar en su mente, parecía bailar entre las copas de vino que sostenían sus compañeros, era un recuerdo que jamás podría borrar, se había dado cuenta de eso cuando ni en medio del alcohol podía sacarla de su cabeza.
Hubo amor, traición… dolor. Siempre el maldito dolor teniendo que arruinarlo todo. ¿Por qué no pudo mantener su corazón sellado? Porque ella supo cómo abrirlo, adueñarse de él y luego destrozarlo sin piedad.
—¿Seguro que no vas a extrañarnos, Valenti? —preguntó uno de sus amigos, alzando su copa con una sonrisa.
Maximiliano dejó escapar una carcajada seca, ajustando la corbata negra que parecía sofocarlo.
—¿A ti? Lo dudo. —Su tono fue sarcástico, pero su sonrisa era cordial.
El grupo estalló en risas mientras él alzaba su copa, agradeciendo de manera breve los buenos deseos. Sin embargo, su atención no estaba completamente allí. Al fondo del salón, una risa cristalina le llamó la atención. Giró el rostro, buscando el origen de ese sonido, y sus ojos se encontraron con una figura que no reconocía.
Había intentado olvidar a Amelie por todos los medios, menos con otra mujer. ¿Sería buena idea? Quizás no, pero la noche se hizo larga y los tragos nunca pararon, puede que el alcohol estuviera haciendo su efecto y empujándolo a hacer aquello que en su momento de lucidez no haría.
Era una mujer joven, de cabello rojizo y lacio que se esparcía elegantemente sobre sus hombros. Llevaba un vestido negro, llamativo, sensual, provocador, al mismo tiempo con una elegancia casi insultante. Sus labios curvados en una sonrisa parecían iluminar la esquina donde estaba. No era una de sus colegas. Estaba seguro de eso. Pero algo en ella le llamó la atención, como si su sufrimiento fuese capaz de esfumarse con ella, quizás no, pero él se estaba planteando intentarlo.
"Solo una chica más en la multitud", pensó, apartando la vista y volviendo a su grupo.
—Valenti, ¿qué pasa? —preguntó otro colega, dándole un ligero codazo—. Pareces distraído.
—Nada —respondió con una media sonrisa—. Deben ser los años. Ya no tengo la energía para estas cosas.
Pero no era eso. Era ella.
La conversación continuó, pero Maximiliano apenas prestaba atención. El cansancio del viaje y los brindis repetitivos comenzaban a afectarle. Tomó un sorbo de su copa y estaba a punto de excusarse cuando sintió una mano firme en su hombro.
Se giró rápidamente y allí estaba ella: la mujer de cabello rojizo, con esa sonrisa atrevida que parecía saber lo que buscaba. Desde tan cerca, notó sus ojos verdes, brillantes como joyas bajo la luz sutil de las lámparas.
—¿Bailamos? —dijo, sin titubear.
Maximiliano arqueó una ceja, sorprendido por su audacia. Pensó en rechazarla. Después de todo, no la conocía, y claramente no era parte de su círculo. Pero algo en ella lo animó, quizás la sutil idea de olvidar a Amelie con otro cuerpo, a lo mejor esa era la noche y la chica indicada y ella parecía tener un claro interés en él.
Ella tomó su mano con decisión y lo arrastró hacia la pista de baile, dejando a sus colegas mirándolos con sorpresa.
Cuando llegaron al centro del salón, ella se detuvo y guio las manos de Maximiliano hacia su cintura. Él obedeció, un poco aturdido, mientras la música cambiaba a un ritmo más lento. La cercanía lo tensó al inicio, por la repentina forma en la que ella se encargó de que su cuerpo se uniera al suyo, la manera de rozarse contra su entrepierna; su perfume era dulce, como algo que no había olido antes, y su sonrisa tenía un toque de peligro.
—Eres... atrevida, ¿no? —dijo Maximiliano, esbozando una sonrisa a medias mientras ella se inclinaba ligeramente hacia él.
—Solo aprovecho las oportunidades —respondió, sus labios a milímetros de los suyos.
¿La iba a besar? Él no, pero ella sí.
El beso llegó antes de que él pudiera procesar lo que ocurría. Fue directo, justo como él esperaba que besase ella, exploratorio, intenso, como si su decisión no tuviese titubeos. Maximiliano sabía que estaba ebrio, pero ella parecía completamente sobria. Sobria y segura.
Eso le gustó.
Le gustó besarla.
Cuando el beso terminó, ella sonrió y llevó sus dedos a su cuello, acariciándolo con firmeza, no había delicadeza en ella, más bien algo de urgencia.
—Te he estado viendo toda la noche —dijo, su voz un susurro directo a su oído, rozando su piel—. Y solo quiero decirte que quiero salir de esta fiesta contigo.
Maximiliano parpadeó, sorprendido por su declaración. Antes de que pudiera responder, ella lo besó de nuevo, y esta vez él no se resistió. La cercanía, su audacia, su sonrisa... todo era una combinación perfecta para lo que él necesitaba, cero cortejo, directa y con decisión.
—¿Cómo te llamas? —preguntó él, saboreando el sabor que dejaban sus labios.
—Ariadna —dijo, mirándolo con esos ojos verdes llenos de chispa—. Estoy de vacaciones en Londres. Tengo una habitación en un hotel cerca del centro a la que quiero invitarte.
Maximiliano dudó un momento. Su vida estaba en un punto de transición. Una noche no cambiaría nada, pero... ¿realmente quería complicar aún más las cosas? Sí, necesitaba eso, pero sin complicaciones. ¡¿Por qué estaba dudando?! La deseaba, no era algo que pudiese ocultar en ese momento, la mujer estaba presionando su vientre contra su erección, decir que no quería ir con ella era algo sin sentido.
“¿Estoy borracho?” Se preguntó. Entonces, como si el destino decidiera interrumpir su indecisión, una voz familiar se alzó detrás de él.
—Maximiliano.
El sonido lo congeló. Giró el rostro y ahí estaba: Amelie. La mujer que alguna vez había sido su prometida, ahora casada con un colega. Su corazón se encogió al verla. Iba acompañada de su esposo, y ambos lucían felices, como si la traición que compartían no fuese suficiente para ensuciarles las manos.
—A… Amelie—se sintió estúpido al nombrarla de esa manera. Con dolor. Dolía como el demonio. ¡Joder! Dolía demasiado.
—He venido a despedirte —dijo Amelie con una sonrisa que parecía sincera, aunque Maximiliano sabía que no lo era. Se inclinó para besarle la mejilla mientras su esposo le ofrecía un apretón de manos.
—Mucha suerte en Valtris —añadió su esposo, con la misma falsa cortesía.
Maximiliano sintió que la rabia se acumulaba en su pecho. Hipócritas. Pero no les daría el gusto de verlo afectado, a pesar de que sí lo estaba. En cambio, deslizó una mano alrededor de la cintura de Ariadna y la atrajo hacia sí, sonriendo con satisfacción al ver la sorpresa en los ojos de Amelie.
—Muchas gracias —dijo Maximiliano, apretando un poco más a Ariadna contra su cuerpo—. Estoy seguro de que me irá mucho mejor allá. Aquí no tengo nada que buscar, no dejo nada. Un camino nuevo me espera—dijo, mirando a Ariadna.
Amelie lo miró, y por un instante, su sonrisa flaqueó. Sin decir nada más, giró sobre sus talones y salió del lugar, arrastrando a su esposo consigo.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, Maximiliano dejó escapar una carcajada baja, aliviando un poco la tensión en su pecho.
—Eso fue... interesante —murmuró Ariadna, arqueando una ceja mientras lo miraba.
Él la miró, y por primera vez en toda la noche, sintió que podía olvidarse de todo.
—¿Todavía tienes esa habitación cerca del centro? —preguntó.
Ella sonrió, tomó su mano y lo guio hacia la puerta. Maximiliano no miró atrás. Londres quedaría en el pasado, junto con todo lo que quería dejar atrás.
Un corazón roto.
Una traición.
Un amor que lo hirió tanto como para salir huyendo.
A Kaitlyn le encantaba huir. ¿Pero cómo demonios iba a hacerlo ahora? En realidad ella quería esa cita, pero no era lo correcto. No sabía de las intenciones de ese hombre, bueno si las sabía, porque las suyas eran las mismas. Eso la avergonzó tanto. Quería algo más. No solo sexo casual por los rincones. No sabía el motivo, en su vida siempre sus amantes habían sido cosa de segundo plato, pero ahora. Ni siquiera lo sabía. ¿Qué tenía ese hombre que la hacía ir hasta él como un imán? Tal vez solo necesitaba esforzarse y pensar. Hacerlo mucho hasta que hubiera una explicación razonable. —¿Por qué tan callada? —preguntó Sam, con el final de su bolígrafo en la boca.Los niños estaban en su sala de estudio, haciendo sus deberes del colegio. Rebeca aún no había aparecido y eso a la pelirroja le asustó. La mayor de los Wolf ya era más grande, pero eso no significaba que pudiera desaparecer sin dejar rastro o al menos llamar a casa para avisar de su retraso. Levantó la cabeza para mirar a S
—Si no vas a pedírtelo tú, lo quiero yo. ¿Viste tremendo papasote? Amo, nena —comentó Rose entre risitas —. Que piernas. Que brazos. Que rostro tan atractivo. Creo que me he enamorado. Me pregunto le colgará de entre las piernas algo considerable. Había subido al dormitorio de su amiga niñera para contarle que había conseguido un trabajo nuevo como camarera, en algún restaurante del pueblo, el que estaba más abajo de la colina y que Kaitlyn no sabía de su existencia aún. La pelirroja miró a su amiga con una ceja alzada, no le ponía celosa ni nada lo que Rose decía, pero se sentía incómoda. Después del encuentro con Nial en el bosque, después de esos besos que le dio y que el recuerdo de aquellos permaneciera en ella por la eternidad, Kaitlyn no se sentía cómoda hablando sobre él. Sacudió la cabeza y prestó atención a la conversación. —Eres tan descarada como él —acusó la pelirroja. La amiga la examinó con interés. —¿Y cómo sabes tú que es descarado? —preguntó Rose sonriendo con
CAPÍTULO 12Ojos en el bosque Kaitlyn quería recordar algo. Pero no sabía lo que era. ¿Los besos de ese semental? Tal vez. Ahora estaba más horrorizada que antes. ¡Cómo demonios había sucedido aquello entre los dos! Las mejillas de ella estaban rojas por la vergüenza. Se repetía una y otra vez que había sido un error, uno que le gustó, por cierto. Agarrándose del uniforme roto, se tapó su desnudez y corrió hasta la mansión de su jefe. No importaba si dejaba la cesta de ropa tirada en el suelo, necesitaba una ducha de agua fría urgente. Cuando llegó a la casa, se escondió entre unos arbustos del jardín y revisó su había alguien pasando por allí, cuando verificó que el lugar estaba solitario, salió disparada hacia la puerta de atrás de la cocina. Casi le da un atasque al corazón cuando se encontró con Ama en la misma puerta, ella tenía unas facciones enfadas. —¡Aquí estás, muchacha! ¡Me tenías preocupada! —exclamó la doña dirigiendo sus ojos hacia la prenda rota —. ¿Se puede saber
Nial persiguió a Kaitlyn acechándola de forma lobuna, solía hacer eso cuando quería divertirse con algún animal solitario y después devorarlo con sus caninos. Solo que está vez, pensaba devorar la entrepierna de la señorita que huida despavorida. Si centro vibró con deseo, pronto una enorme erección adornaba sus pantalones. Esbozó una sonrisa peculiar, pero jodidamente sexy cuando alzando a la joven pelirroja. La atrapó por las caderas aferrándola con sus fuertes brazos y tirando de ella para que la distancia se disipara. Kait jadeó, tal susto fue aquel, que soltó la canasta por inercia. Con horror observó como el objeto rodaba chocándose con raíces que sobresalían de la tierra, la ropa se esparció ensuciándose más. Después levantó la cabeza para obsérvalo a él. Sus ojos, tan negros por la perversidad que habitaba en ellos, la hizo estremecer con hormigueos extraños. —Usted está loco, señor Wolf. Suélteme inmediatamente —murmuró ella con valor. Nial la empujó para estrecharla cont
Cuando los niños se subieron en su pequeño autobús personal, y emprendieron marcha hacia el colegio, Kaitlyn por fin pudo respirar en paz. Tuvo que mandar a los niños al baño para que se ducharan y quitaran toda esa suciedad provocada por la pelea. Más tarde, tendría una conversación con los niños. No les gustaba ver como ellos se ofendían o peleaban. Eran muy chiquitos para esas cosas. Observó como el vehículo se alejaba campo abajo, donde el claro se extendía. No había ido allí así que lo sabía si él claro se cerraba o hay más terreno lleno de casas. Pero tenía tanto que hacer todavía, bufo por lo bajo. La ama de llaves apareció detrás del porche, le dio un pequeño susto. —No te quedes ahí, muchacha. ¡Tienes ir a lavar la ropa! —le notificó la mujer. Kaitlyn suspiró hondo. Solo eran las siete y media de la mañana, pero estaba agotada. —No tardaré nada, Ama. La lavadora hará el trabajo en unos minutos... —¡Pero que lavadora ni que nada! —exclamó la señora, Kait la miró con los
Después de tener ese fugaz encuentro con el padre de los niños, corrió despavorida hacia su cuarto y se encerró a él más de media hora para no volver a encontrarse con ese semental y calmar sus nervios. Más tarde, cuando salió la ama de llaves le dijo que estaba retrasada en despertar a los niños y su desayuno. Se disculpó, y fue llevando a los niños uno por uno a la cocina, donde al comedor, la cocinera personal de hogar preparaba ya el desayuno para ellos. —¡Queremos tortitas! ¡Queremos tortitas! —dijeron al unísono los gemelos Jesse y Jessie. —¡Con mermelada de fresa! —chilló la pequeña Kate. —¡Claro que no! ¡Con chocolate sabe mejor! —emitió Sam, la chica adolescente. Eso fue lo que escuchó Kaitlyn al entrar en el comedor junto a Megan, la hija de once años paralitica de Nial. La bonita muchacha parecía un ángel con su cabello rubio y sus ojos azules como el agua del Mar Caribe. Lastimosamente sus piernas dejaron del funcionar cuanto tuvo un accidente del que no se atrevía a
Último capítulo