Capítulo 3. Nos perdimos

—Kaitlyn, ¡nos perdimos!

La muchacha pisó el freno de la caravana en el momento justo, que un pequeño cervatillo pasaba tranquilamente por el medio de la carretera. El animal había salido de un arbusto en la linde que separaba el bosque de la carretera. Se había llevado un susto horrible.

Suspiró cansada, la dirección que le había mandado ese señor Wolf no parecía estar por ninguna parte. Rose usaba el GPS de su teléfono, habían puesto correctamente la ubicación, pero aún así, seguía diciendo que estaban a unos kilómetros de distancia. ¡Pero ahí no había nada! Tan solo naturaleza.

—¿Estás segura que lo has puesto bien? —interrogó ella.

Su amiga asintió con energía.

—Nunca me confundo —dijo la rubia —. Sabes que nunca lo hago. Lo que pasa es que la ubicación está medio rara, ¿no?

Cuando el animal ya había salido de la carretera y había correteado hasta adentrarse en el bosque de nuevo, Kaitlyn arrancó el vehículo y siguió conduciendo hasta su incierto destino.

—¿Cuanto dice que falta para llegar?

—Diez kilómetros —avisó Rose.

¿Diez? ¡Pero si ahí solo se veía una larga extensión de carretera sin ninguna señal para acceder a la supuesta reserva! Estaban en una carretera peligrosa en medio de una montaña plagada de altos árboles. No había nada más que vegetación y animales salvajes. No había civilización. Ni una comisaría por si necesitaban huir buscando auxilio.

—¿Y si es un asesino psicopata que nos quieres matar? Tengo miedo, Kai.

—Eso no va a suceder, somos personas demasiado comunes —le hizo saber, intentando tranquilizarse a ella misma.

—Pues esas son las personas que buscan los asesinos —soltó Rose —. Perfectas para asesinar, ¡qué es eso que vi en el árbol!

Kaitlyn echo un rápido vistazo a los árboles que pasaban, todo estaba tranquilo, los rayos del sol iluminaban la zona un poco, ya que sus enormes ramas no dejaban que la luz pasara. Negó con la cabeza y siguió conduciendo. Rose tenía el rostro desencajado, eso le enfureció. No estaba preparada para bromas.

—Eres demasiado exagerada, amiga mía.

—¿Qué? Claro que no, yo vi algo.

—GIRE A LA DERECHA —la bocina del teléfono sonó haciendo que las dos amigas se callaran.

La pelirroja hizo lo que la voz del GPS le indicó, con sumo cuidado tomó el sendero que salía de la carretera y daba al interior del bosque. Había un par de baches llenos de agua, pero los pasó sin problemas. No estaba muy convencida de que el camino fuera certero. Pero si la voz lo decía, entonces es que tenía razón. Kaitlyn esperaba que de verdad llegaran a salvo a su destino.

¡Era demasiado joven para morir!

Pasaron unos instantes hasta que apareció un cartel en el que avisaba de que entraban a una reserva privada, que estaba protegida y habitaban lobos. Lobos. ¡Lobos! ¿Estarían hambrientos?, seguramente que si. Era mejor no salir de la caravana mientras pasaban por esa zona.

Pero entonces, la caravana soltó un rugido anunciando que necesitaba una buena reparación en el taller.

Por suerte para las muchachas, el vehículo siguió su curso. Sorteando las rocas afiladas del camino, no era una tarea fácil para la conductora, le empezaba a sudar la nuca. Kaitlyn sabía conducir desde los quince, su abuelo la enseñó en esa misma caravana.

Ahora tenía veinte, y aunque tuviera esos años de experiencia, conducir le parecía algo sumamente delicado y mortal.

Después de media hora centrada en no acabar aplastada en algún tronco rugoso, giró hacía una curva de árboles y un amplio claro se vislumbró a lo lejos. Había una casa de madera con grandes ventanales en el punto central, sin duda el propietario debía ser alguien de poder, porque además de que era enorme, de unos cuatro pisos aproximadamente, había un conjunto de casas más pequeñas esparcidas por el lugar, un poco alejadas. Parecía una especie de comuna donde las personas habitaban libremente sin restricciones y sin leyes las cuales seguir.

El jardín de la casa principal era hermoso, lleno de flores lilas, blancas y azules. Tenía una glorieta blanca con enredaderas subiendo por sus columnas, pero eso estaba bastante lejos de todo. Al lado tenía un cementerio y al otro costado un laberinto de arbustos altos.

—¿Qué m****a es este lugar? —murmuró Rose sin poder quitar ojo.

Kaitlyn estaba con la boca abierta, la cerró de inmediato cuando vio pasar delante de la caravana a un jardinero que se dirigía con unas pinzas de podar al laberinto.

—Parece una sociedad de algo —caviló nuestra protagonista. 

Rose de rascó los brazos.

—Tal vez sea un secta.

—A lo mejor quieren estar en la naturaleza, no sé. A veces la ciudad agobia demasiado.

—¡Ay, me están picando los mosquitos! —se quejó Rose.

Kaitlyn estaba muerta de vergüenza, de repente las gentes de ese lugar habían salido de sus escondites para mirar su mugrosa (pero muy apreciada) caravana. Toda esa aldea rara se detuvo para mirarlas. Las gentes estaban curiosas por saber quienes habían entrado en las tierras de su Alfa. Eran dos humanas.

—Creo que los mosquitos son el problema más leve aquí —murmuró.

Su amiga se levantó del asiento de copiloto y caminó hasta adentrarse en la caravana. Echó la cortina que separaba la zona de conducción y la de ocio.

—¿Pero a donde vas? —quiso saber Kaitlyn.

—¡Me bañaré, me echaré la loción esa que repele los mosquitos y me dormiré una buena siesta! ¡Llámame cuando vuelvas!

Oh. Vaya. Esa mujer si que dormía.

Con una respiración se armó de valor y se bajó del vehículo.

Alisó con las manos las arrugas de su vestido azul, y se colocó bien el cabello rojo fuego para no parecer una loca viviente. Cuando verificó por el espejo retrovisor que estaba aceptable a la vista, caminó unos pasos hacia la gran cabaña, que más bien parecía una mansión.

—Perdone, señorita, ¿puedo ayudarla en algo? —una mujer con una cesta de ropa mojada se le acercó, detrás de ellas venían tres más.

Kaitlyn dedujo que esas mujeres habían salido a lavar sus ropas en un lago cercano.

—Qué amable, no se preocupe. Vengo a ver al señor Nial Wolf, él me está esperando para una cita de trabajo.

Las mujeres la miraron perplejas, desviaron su atención al vehículo que tenía detrás. Ella sonrió avergonzada.

—Moveré la caravana en seguida, si molesto...

—¿De verdad te dará un trabajo, niña? —La mujer parecía estar confundida.

—De niñera. Creo.

Kaitlyn le salió un risita nerviosa.

—Que la Diosa Luna te proteja de ese monstruo.

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