Sebastián
La acusación de Alejandro Doria, clavada como un puñal en la paz que tanto me había costado construir, me dejó helado. ¿Isabella no era mi hija? ¿Aitana me había mentido sobre la paternidad de nuestra hija?
Miré a Aitana. Su rostro, aunque serio, no mostraba el pánico de una culpable, sino la preocupación de una mujer acostumbrada a las mentiras que brotaban del árbol genealógico Belmonte.
—¿Qué dijo Doria? —preguntó Aitana, su voz baja.
—Dijo que tiene una prueba de Victoria que demuestra que Isabella no es mi hija biológica. Que me estás mintiendo. Y que su verdadero padre es el hombre que amabas antes de mí.
Aitana suspiró profundamente. Se sentó y me tomó la mano.
—Sebastián, no te he mentido. Pero tampoco te he contado la verdad completa sobre el testamento y los planes de mi abuelo, Eliseo.
—¿Qué verdad, Aitana? ¡Dímelo!
—Cuando Eliseo me adoptó, su objetivo era doble: protegerme de las consecuencias de la traición de Mario Durán y usarme para obtener el control de Bel