El silencio que envolvía la mansión Montalvo parecía eterno, como si el tiempo mismo hubiera dejado de avanzar. Las tensiones entre Iván, Natalia y Esteban eran palpables, casi físicas, y los segundos parecían alargarse con cada palabra que se intercambiaba. El aire, denso con la sensación de peligro inminente, se llenaba también de los ecos de las decisiones que se tomaban en cada suspiro. Esteban Montalvo, con su presencia dominante, no solo era un enemigo formidable; era el reflejo de un sistema de control que había aplastado a todos los que se cruzaban en su camino. Pero ahora, en este momento, parecía que la balanza comenzaba a inclinarse hacia otro lado.
Iván había aprendido a mantenerse sereno en las circunstancias más extremas, pero la situación que tenía frente a él era distinta. No solo se jugaban su vida y su futuro, sino que la supervivencia de tantas personas dependía de sus decisiones. La información que llevaba en el maletín, aunque aparentemente insignificante, era la