Cuando Tabar escuchó el nombre de Merak salir de entre los labios de Zarah con esa voz aterciopelada, esa voz anhelante y nostálgica con la que siempre hablaba de su pasado en Sol Naciente, sintió que su corazón se fracturaba en cientos de piezas que parecían atravesar su carne, desgarrándolo por dentro. En ese momento un pensamiento aterrador atravesó su mente ¿Sería capaz alguna vez brindarle a Zarah una felicidad que la hiciera adorar más su presente en Dragones que aquellos recuerdos dulces del pasado en Sol Naciente? Temía no poder lograrlo.
Intentó alejar aquellas maquinaciones que atormentaban su espíritu y centrarse en las palabras de su esposa. Se deleitó unos momentos con las expresiones de vergüenza que brotaban del rostro de Zarah hasta que algo en su relato lo tomó por sorpresa.
—¿Estrategia?—cuestionó algo desorientado.
—Ya sabes… La estrategia de la damisela desamparada— Tabar la observó aún más desconcertado que antes —Por los dioses, Tabar ¿Vas a decirme que no