72. regreso al hogar.
Cargando mi maleta, Santiago avanzó lentamente por las escaleras mientras yo caminaba junto a mi hijo. El pequeño parecía feliz. Desde siempre había sabido que Máximo no era su padre, y aunque nunca fue insistente con eso, yo siempre supe que quería conocer, tarde o temprano, a su padre de verdad. Y ahora lo tenía. Y Santiago era todo lo que un niño podría llegar a imaginar que era su padre: un hombre alto y fuerte, elegante, con unos brazos cálidos que lo podían cargar sin dificultad; amable, siempre con una buena palabra para él.
Habían pasado muy poco tiempo juntos, pero yo había visto cómo Santiago tenía ese don para hablar, para expresarse con el niño. Tal vez era por el cariño que le sentía de forma instintiva, porque aún habían compartido muy poco como para que ambos sintieran cariño por el otro, pero tal vez era verdad que la sangre llamaba. Tal vez era verdad, porque se parecían tanto... eran como una calca el uno del otro.
Entonces, cuando él metió la llave y abrió la puerta