71. Abstinencia.
Mientras salíamos de la estación de policía hacia la camioneta, estuve con fuerza las llaves en las manos, las llaves de la casa que algún día había llamado hogar, que estaba en esa misma ciudad. De hecho, ni siquiera estaba lejos de ahí. Nunca me llegué a imaginar que, después de todo lo que había pasado, Arturo siguiera conservando esa casa. Imaginé que para él no debió haber sido para nada fácil; tenía recuerdos, al igual que yo, de las cosas que habían sucedido en ese lugar: del abandono de mi madre después de su partida y del desquebrajado papá. Ni siquiera quise preguntarle cuándo y cómo había muerto, pero hasta cierto punto tenía razón en despreciarme, porque yo me había ido, lo había dejado y no había regresado jamás; ni siquiera me había tomado la molestia de preguntar por él. Pero yo quería olvidar esa vida y olvidarla para siempre, y no volver a recordar jamás lo que había sucedido ahí ni lo que habían estado a punto de hacer los amigos de papá.
Pero ahora tenía las llaves