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37. Palabras sin sentido.

Tuve que pedir un taxi porque, extrañamente, me sentía demasiado cansada para ver en mi celular la dirección y usar el metro. Porque tenía ganas de hacerlo, tenía ganas de viajar en el metro y pensar durante ese trayecto en todo lo que había pasado. Pero preferí llegar lo antes posible: entre más rápido llegara, más tiempo tendría para analizar la situación, para intentar convencer a Samuel que me contara lo que había pasado.

Pero cuando llegué, me encontré directamente con Santiago. El hombre podía verse cansado y ojeroso, pero permaneció ahí de pie, observando desde la distancia, cuando crucé la puerta enorme de vidrio que separaba el exterior con el interior del laboratorio. Varios de los científicos pasaron su mirada en mí, como si encontraran en mí el aliciente que estaban buscando.

Me acerqué a Santiago.

— ¿Todo está bien?

Él me miró directo a la cara.

— ¿Así? Todo está bien.

— ¿Y por qué no estaría bien? Te pregunto a ti: ¿todo está bien? Tu esposo estaba un poco alterado.

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