Los niños lo miraron, atentos, como si fuera a anunciar el fin del mundo.

—¿Nos vamos a morir de hambre? —preguntó Ethan, dramatizando.

—Peor —dijo Logan, alzando las cejas—. Vamos a tener que… pedir comida a domicilio.

—¡HAMBURGUESAS! —gritaron los tres al unísono, como si lo hubieran ensayado.

—¡Y helado! —añadió Sienna, dando un pequeño salto—. ¡Y pastel de chocolate para mamá! ¡El que le encanta!

April, apoyada en el mesón de la cocina, no dijo nada al principio. Solo los miró, con los brazos cruzados y una sonrisa rendida en los labios. Su delantal tenía más harina que tela. Su corazón, más paz que en todo el día.

—¿Así que este era el plan maestro? ¿Derretirme con caos… y pastel?

Logan se encogió de hombros.

—No somos chefs. Pero estamos dispuestos a sobornar.

—¿Con extra de papas fritas? —dijo ella, cruzando la cocina hasta él.

—Y batido de vainilla —respondió él, acercándose un poco más.

Sienna, sin querer, interrumpió la tensión con la voz más clara del mundo:

—¡Pero el paste