Michael estuvo apunto de romper la prueba ahí, en sus narices, pero se contuvo. No sabía porque, pero sentía que su sangre hervía y que la rabia amenazaba con ahogarlo.
—Me haré cargo de mi hijo, pero no de ti —dijo con decisión.
—¿Qué? Yo soy su madre y es tu deber…
—No, no es mi deber. Mi deber es cuidar del niño. No de tí —habló Michael con decisión, dándose la vuelta y saliendo de ahí con furia.
Cuando entró a su camioneta, golpeó el volante con fuerza.
—¡Maldición! —exclamó furioso.
¿Ahora cómo le decía a Elizabeth que él niño sí era suyo? ¿Cómo le explicaba que tenía que compartirlo con otra mujer y un hijo que él no había pedido tener? Apretó con fuerza el volante hasta que sus nudillos se tornaron blancos y luego chasqueó la lengua.
—¡Nada puede ser perfecto, nada! —gritó con amargura.
Lo que más deseaba era estar con sus hijos, su nietos y su mujer. ¡Nada más! Pero ahora, tenía otra familia que no había pedido.
Después de varios minutos de tortura mental, arrancó en auto.