Decir que se veía enojado era poco, parecía a punto de asesinar a alguien. No dijo nada, no dije nada, pero me alejó fuertemente de la multitud.
Nos detuvimos hasta que llegamos al laberinto de arbustos junto a una enorme explanada, estábamos tan alejados, que temí nos asaltaran en cualquier momento.
—Suéltame —espeté—. Maldito infeliz, ¿cómo te atreves a tocarme así?
—¿Cómo te atreves a faltarme al respeto así?
Al fin me soltó, me sobé la muñeca mientras la movía para cerciorarme de que no estuviera rota.
—Dijiste que no seríamos nada —siseé en tono venenoso—. Soy libre de hacer lo que quiera con quien quiera.
—Por mí puedes irte de puta —ira en su tono—. Pero públicamente estamos casados y no dañarás mi reputación —acercó su rostro al mío y retrocedí, asustada—. O haré que te arrepientas.
¿Su reputación? ¿De qué hablaba este tipo? Entendía que no podía dejar que su esposa le pusiera los cuernos, pero… Bueno, tal vez sí me pasé un poco.
—¿Quién eres?
Mi curiosidad de nuevo sobresalía.
Me ignoró mientras tecleaba rápidamente en su teléfono, el muy grosero me daba incluso la espalda. Me froté los brazos, el frío me azotaba, el patán ni siquiera fue para prestarme su saco.
Un zumbido se unió al aullido del viento, incrementaba a cada momento. Instintivamente miré hacia arriba y a lo lejos vi unas luces parpadeando. ¿Eso era un helicóptero? De la pura impresión olvidé el frío.
Definitivamente venía hacía acá, ahora estaba segura.
—¿A dónde vas?
La verdad, tenía la esperanza de que se fuera por un largo periodo.
—Vamos —me miró duramente—. Ahora empieza nuestra jodida luna de miel.
Oh, dios, no por favor. Mientras entre tres hombres me ayudaban a subir al helicóptero que me despeinaba y dejaba sorda, supe que mi vida estaba a punto de convertirse en un martirio, por no decir un infierno.
Mónaco nunca fue mi destino ideal para luna de miel.
Siempre tuve la ilusión de ir a Hawai, pero igual me emocionaba imaginarme caminando por las calles de París. Sabía que Daniel y yo no podíamos permitirnos algo tan lujoso, pero en mis fantasías no importaba porque lo importante era estar con él.
—Me parece una falta de respeto que, sin mi consentimiento, aprobaran el lugar de la luna de miel.
Me enteré del destino en el avión privado, al reclamar, Anuar me lanzó una mirada desdeñosa y siguió interactuando con su teléfono.
Ahora, esperaba en el lobby del hotel mientras él platicaba muy animadamente con la recepcionista. Lo que agradecía del viaje era que pude deshacerme del pomposo vestido. Alguien (Andrea, posiblemente) empacó mudas de ropa. Estaba agradecida, pero admitía que la idea de alguien esculcando mis cajones no me agradaba.
De haber sabido que nos iríamos a la mitad de la boda, habría empacado yo misma mis cosas.
El clima era agradable, a pesar de que el jet-lag estaba haciendo de las suyas y los párpados se me cerraban del sueño con todo y el sol brillando en lo alto. La calidez también me arrullaba, no era la mejor combinación.