—¿Qué te dijo? —cerró el grifo—. No te atrevas a mentirme, Eloísa, ¿qué te dijo?
Abrí la boca tratando de contestar, pero las palabras murieron en mi garganta. Por eso dijo que no podía amarme nunca, para ya había amado y había perdido.
Se acercó en dos zancadas, pero no fue amenazante, más bien suplicante.
—¿Qué te dijo?
El dolor en sus palabras incluso me rompió el corazón. Cuando al fin junté el valor necesario para mirarlo a la cara, no vi enojo, ira, desdén; era un profundo tormento.
No era la única que sufría y ahora al fin podía verlo.
—Que tu esposa y tu hijo —la voz se me cortó—. Dijo que… Ellos no… —limpié una lágrima que corrió por mi mejilla—. Que tu esposa y tu hijo están…
—Muertos.
Completó al ver que no podía decir la palabra. Asentí, avergonzada.
—¿Qué más te dijo? —negué con la cabeza, pero no me creyó—. Dime, ¿qué más te dijo?
—Solo eso, no sé, todo pasó muy rápido —me alejé, de pronto su cercanía molestándome—. Me preguntó quién era y dijo que no pudiste salvarlos.