Nos quedamos así, abrazados en medio de la sala, dejando que el tiempo se diluyera solo en nuestro pequeño universo. Por primera vez en semanas, sentí que podía respirar sin ese peso aplastante en el pecho.
Cassian me tomó de la mano y me llevó a la cocina, donde dejó las rosas que había puesto en la mesa. Las rosas rosadas, perfectas, delicadas, eran el símbolo tangible de su disculpa y de su deseo de reconstruirnos.
—Quiero que cada día sea un paso —me dijo mientras acariciaba mi mejilla—. No solo por nosotros, sino por todo lo que soñamos juntos.
Sonreí y lo miré a los ojos, viendo en ellos la mezcla de miedo, esperanza y amor que yo también sentía.
—Estoy dispuesta a intentarlo —le confesé—. Pero necesito que seas paciente, que me escuches y que caminemos juntos, sin apurarnos ni exigencias.
Él asintió, acercándose para besarme de nuevo, esta vez con una ternura que derritió todas mis dudas.
—Prometo ser tu compañero, Olivia. En cada momento, en cada paso.
Y mientras la luz del sol