Hades sabía que el tiempo era su mejor aliado y su peor enemigo. Durante días había esperado pacientemente, observando cada movimiento de Hillary y su pequeño grupo de cómplices.
Aunque tenía pruebas suficientes para confrontarla, quería manejar el asunto de forma directa. Hillary no solo estaba jugando con la reputación de Elena, estaba jugando con su paciencia, y eso era algo que nadie en su sano juicio debería hacer.
Una tarde, mientras cruzaba uno de los pasillos de la universidad, la vio sola. Era el momento perfecto.
—Hillary —llamó su atención con voz firme, deteniéndose a unos metros de ella.
La joven se giró con aparente sorpresa, aunque su sonrisa forzada traicionaba su nerviosismo.
—¡Hades, cariño! Qué inesperado encontrarte aquí. ¿Qué puedo hacer por ti? —respondió con una voz demasiado dulce para ser sincera.
Hades no perdió tiempo en rodeos. Su mirada, fría y calculadora, era suficiente para hacer retroceder a cualquiera, pero Hillary no era cualquiera. Aunque se notaba