René Chapman
Debo confesar que el hecho de visitar a mis suegros me ponía un poco nervioso. Pero no por mí, sino por mi esposa.
—¿Cómo me veo? —preguntó
Llevaba alrededor de veinte minutos mirándose en el espejo.
—Te ves estupenda. Sin importar la ropa que lleves o el peinado que uses, era hermosa y perfecta para mí
Ella me miró a través del espejo.
—Ya veo por qué dicen que las reconciliaciones son dulces.
Su comentario me hizo soltar una gran carcajada.
—A veces olvido lo extremadamente sincera que puedes ser.
—Oh, vamos —Rio de vuelta—. Sabes perfectamente que desearías cambiar ese adjetivo por descarada.
—Que acertada —guiñé un ojo.
En ese momento, se produjo un ligero golpeteo en la puerta y fui yo quien acudió al llamado.
—¿Sí?
Miré a la nana de mi hija, sin mucha emoción.
—¿Se encuentra la Sra. Ivette?
No necesité contestar, por el contrario, me hice a un lado para darle una panorámica perfecta de mi esposa.
—Hola, Clariss. Adelante —invitó.
La chica masculló un con permiso ba