Eres mía, solo mía

Abigail cerró los ojos al sentir su cercanía de Rafael sobre ella. Era débil, y era obvio que él lo notaba.

Su cuerpo comenzó a temblar, Rafael bajó una de sus manos hasta la espalda baja de ella.

Su respiración era caliente, y la golpeaba con fuerza. El susurro de su voz directamente en sus oídos, funcionaba como la estrategia perfecta para que ella pudiera estar completamente desarmada.

—Cada puto día que pasa me estoy volviendo loco por ti… por besarte, por hacerte mía, por tenerte solo por mí. ¿Por qué no entiendes que eres mía, solo mia?

La fuerza de voluntad rápidamente estaba desapareciendo de ella.

—No soporto tan siquiera imaginar que alguien más pueda tocarte, que alguien más pueda pasar las manos por tu piel… no puedo ni imaginarlo, entiende que eres y seguirás siendo mía sin importar el imbécil que quiera intentar meterse en tu camino.

La mano de él comenzó a bajar hasta ubicarse en su entrepierna. Abigail se tensó, ningún hombre la había tocado aparte de él… y ninguno
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