LXXVII

Alexander no se detuvo, estaba desesperado. Continuó jugando con mi cuerpo un buen rato, haciendo lo que quería con él. Provocando que me pusiera excesivamente húmeda, negándome el orgasmo cuando se le ocurría e incluso haciendo que llorará del placer. Ya no aguantaba más, todo mi cuerpo temblaba.

Sin embargo en el momento de mayor debilidad el me volteó y comenzó a hundirse en mí. No tuvo piedad alguna, fue duro, doloroso incluso. No pude evitar gemir desesperada mientras mis ojos se volteaban, ya no lograba enfocar las formas. Solo lo sentía a él, después de jugar un poco más se vacío en mi interior. Luego me quito las esposas y susurró en mi oído:

—Ya cumpliste tu función—tomo mi barbilla y me besó con fuerza—el lugar que les corresponde a las mujeres infieles es este: ser amantes cuya única utilidad es servir y dar placer. Espero que te guste el nuevo rol que te he otorgado.

Acto seguido tomo mi cuello con fuerza, tanta así que mi espalda se arqueo y la bata volvió a deslizarse h
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