Me dedique a hacer voluntariados en diferentes lugares de la costa, cambié de número, eliminé todas mis redes sociales y la única persona a la que le avise fue a mí madre con un corto mensaje que decía: «me voy para siempre pero estaré bien», tal vez fue algo dramático pero era lo adecuado según yo. Estuve deprimida varios meses, igual que la primera vez que me enteré sin embargo no imaginé que ellos ya tuvieran algo incluso sin que yo hubiera muerto. Me alegré de haberle hecho la vida imposible al tal Alexander durante los últimos años, la verdad que se lo merecía.
En aquella aventura hice muchos amigos y amigas, aprendí una nueva forma de vida bastante distinta a la que estaba acostumbrada, con menos lujos y mayor esfuerzo sin embargo la recompensa era más gratificante. Ese día estaba frente al mar bebiendo un par de cervezas con un camarada llamado Arnoldo, un tipo peruano sumamente agradable al que había conocido hacia más o menos un mes. Me gustaba conversar con él, pues siempre teníamos de que hablar, me recordaba a Alexander antes de la tragedia. —¿Entonces escapaste de tu marido que se cogía a tu hermana y estaba esperando tu muerte para comprometerse con ella?—preguntó mirándome con cara de terror. —Justo así—contesté animada. —¿Y ahora eres feliz? —Supongo, ¿Tú lo eres? —Según mi filosofía el ser humano nunca es feliz, solamente está satisfecho. —O sea solamente tiene sus necesidades materiales y posmateriales cubiertas, nada más allá. —No me voy a lo sublime, los seres humanos seguimos siendo animales. ¿Crees que algún momento trascendiste eso, fuiste verdaderamente feliz? —Si... Creo que cuando me casé durante mis primeras tres semanas de matrimonio lo fui—contesté melancólica—¿Y tú? —No, siempre he estado triste... Desde que era niño... Es como si me faltara algo, es como un deseo espiritual permanente de ser valioso y útil más allá del trabajo. Igual ahora estoy bastante bien. —Bueno, en resumen: eres emo—comenté riendo y dándole un buen trago a la cerveza. —Si, pero tu más—se río. —Espero que algún día encuentres satisfacción a esos anhelos. —Gracias, querida. Me quedé observando el océano un buen rato, su inmensidad me ayudaba a refugiarme del dolor. Así pase varios meses disfrutando de una libertad muy distinta a cualquier cosa que hubiera experimentado, imaginé que en ese tiempo Alexander habría aprovechado para estar con Tamyria, lo odiaba más por ser tan mentiroso esa última noche haciéndome creer que nunca estaría con alguien que me lastimó. Los mensajes erótico fueron desgarradores pero ese «te amo» al final fue un golpe letal, finalmente lo poco que quedaba de mí autoestima se quebró. Los primeros días estaba totalmente desmoronada, mi recuperación fue lenta y dolorosa sin embargo la afronté sin premura así como acepté que la muerte en cualquier momento llegaría. Daba largas caminatas por la playa, disfrutaba de jugar con los niños preguntándome como hubiesen sido los míos si yo hubiera tenido, conversaba con los ancianos también preguntándome como me habría visto yo de haber podido llegar a esa edad; mi vida se convirtió en tranquilidad, añoranzas de un mejor futuro que jamás llegaría y nostalgia de un pasado que no cambiaría, aún así yo estaba bien. Me quedé en un pueblo de casitas multicolor, con pequeños jardines pintorescos y grandes carreteras polvorientas, comercios de ladrillo y restaurantes de bambú; un lugar donde lo antiguo y lo moderno se estremezclaban en armonía. Mi ranchito estaba junto al mar y desde el podía ver el atardecer, me encantaba. Un día en el periódico vi una nota sobre Alexander: tenía más dinero y poder que nunca, sonreí... Me alegraba por él a pesar de todo, fue un niño con muchas carencias afectivas y monetarias. El ruido de un motor me hizo abrir los ojos de mi siesta en la hamaca, no pasó mucho rato para que de el otro lado del corredor apareciera él acompañado de un par de guardaespaldas, suspiré, mi corazón había sanado bastante. Se brinco la baranda y me agarró del brazo. —¡¿Qué putas te pasa?!—gritó sacándome de mi adormecimiento—¿Cómo se te ocurre desaparecer así? —Los mensajes... No quise quedarme, te doy espacio para que estés con ella no me importa si no nos divorciamos—Alexander me dio una cachetada, era la primera vez que lo hacía en todo el tiempo que llevábamos de conocernos. —Me asustaste, creí que te habían secuestrado o asesinado. –Le dije a mi mamá que mi iría, supuse que te iba a avisar. —Un tonto mensaje no es suficiente, soy tu esposo y merecía una explicación—me llevo a rastras adentro del rancho y me aprisiono con su cuerpo contra la pared, tomando mi cuello con fuerza pero sin lastimarme—no quiero que nada malo te suceda—me miró a los ojos, desde arriba, sin soltar el agarre, su otra mano acarició mi rostro y finalmente bajó hasta los pechos y más abajo—¿por qué andas sin ropa interior, estás con alguien? —No, no.... Aquí hace mucho calor, me suda el culo y las tetas—el no hizo caso a mí comentario desatinado y comenzó a besarme desesperado. —Dejamos algo pendiente el otro día. —Querrás decir que dejaste algo pendiente con tu amada Tamy—dije empujándolo, él se aparto—¿ya se cansó de chupartela hasta que le duela la garganta? —Estás loca... Me acerqué a él y le susurré—no me vuelvas a tocar con tus asquerosas manos. —Vienes conmigo. Aunque no quise obedecer me obligó diciendo que si no me llevaría alzada y sus guardaespaldas me verían en cueros por andar sin ropa interior, ¡maldita sea con Alexander!.