Decidí no cuestionar a Firenze sobre el arreglo de flores que recibió. Esperaba que fuera ella quien tuviera la iniciativa de contármelo. Esa tarde, ambos teníamos reuniones fuera, lo que hizo imposible cruzarnos. Al día siguiente, no quedaba rastro del gesto romántico que había causado revuelo en la oficina, aunque los comentarios aún resonaban en los pasillos.
—Oye, Tony, ¿supiste que tu flaquita tiene un vejete de galán? —dijo Brandon, entrando a mi oficina sin previo aviso.
—Brandon, ya hablamos de ese tema.
—Lo siento, hermano, pero no tienes oportunidad con ella. Lamento haberte alentado a que la conquistes.
—Claro, porque yo necesito tus indicaciones para vivir mi vida. A ver, señor Brandon, ¿ya es hora de trabajar o todavía toca perder el tiempo en chácharas?
—¡Ja! Veo que no estás de buen humor. Bueno, aquí tienes los informes de producción de la marca coreana.
Aunque la situación me incomodaba, empecé a verla como una buena excusa para desviar cualquier sospecha sobre