El primero

Sus palabras resonaban en mi mente, especialmente aquella mención a su iniciación. La idea de que ese tipo hubiera tenido el privilegio de ser el primero me carcomía. ¿Por qué la vida no nos cruzó antes?

De repente, noté cómo sus emociones escalaban. Firenze escondió el rostro entre las manos, intentando contener lo que sentía. Me acerqué, tomándolas con cuidado para descubrir su expresión.

—Fire, mírame —dije suavemente—. Dame el placer de perderme en cada matiz de tus ojos… en el lunar de tu córnea izquierda que hace juego con el que tienes debajo de la boca.

Mis dedos rozaron su mentón, obligándola a levantar la mirada. Firenze respiró hondo, recuperando el aliento.

—Nadie había notado mi lunar. El de mi ojo.

—Tal vez nadie te ha sabido mirar como yo.

Entonces la atraje hacia mí, y ella no resistió. La besé, confirmando lo que ya sabía: Firenze era mía. Lo que teníamos podía superar cualquier historia, por confusa que fuera.

La cena transcurrió entre pequeñas conversacione
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