Firenze comenzó a mostrar rasgos que nunca antes había visto en ella, cambios en su comportamiento que no lograba entender del todo. Buscaba cualquier motivo para pelear y, de repente, se sumía en un silencio profundo, como si el mundo a su alrededor no existiera. Cuando estábamos a solas, parecía asfixiarse con mi presencia, evadiendo toda interacción conmigo e incluso con los niños. Se refugiaba en su tía Gina, a quien había pedido que regresara para ayudarla con Noah y Zoe, pero ni siquiera su presencia parecía suficiente. Sus gestos y la falta de energía eran evidentes, y aunque intentaba disimularlo, los niños empezaban a notar la diferencia. Noah, que ya hablaba con fluidez, se inquietaba por los lapsus de mutismo total de su madre, perdida en su propia mente.
No pasó mucho tiempo antes de que su tía notara la diferencia y le pusiera un nombre al problema: depresión postparto. Pero yo sabía que no era solo eso. Firenze estaba atrapada en su propio tormento, enredada entre el can