68. Noticias devastadoras
Cuando llegué, la casa de su familia estaba en un tenso silencio. Noah estaba en el regazo de una de sus tías, balbuceando sin notar el ambiente pesado que los rodeaba.
—¿Dónde está Firenze? —pregunté.
La tía ni siquiera me miró.
—En el hospital, con su hermano y su papá.
No hizo falta que preguntara más. Las palabras que no se decían pesaban en el aire. El pronóstico era desalentador.
La espera se hizo eterna.
Finalmente, Firenze regresó. No necesitó hablar. Sus ojos hinchados y su rostro pálido lo dijeron todo.
Su madre no había sobrevivido.
Su hermano y su padre se habían quedado en el hospital, pero ella había vuelto a casa.
Me acerqué a ella instintivamente, sin saber cuál sería su reacción. La miré a los ojos y todo lo que vi fue una profunda tristeza. No había rabia. No había reproches. Solo había dolor.
Le tomé la mano y, de forma automática, caminó hasta el sillón, se sentó y apenas le extendí el brazo por detrás del hombro, se derrumbó en llanto.
No pudo hablar. Pasaron much