La puerta derecha, que nunca había quedado bien cerrada, fue abierta completamente desde fuera. El guardaespaldas dijo:
—Señor, por favor, baje del vehículo.
Lorenzo lo miró con furia en el rostro, y el guardaespaldas insistió:
—Si no baja por su cuenta, nos veremos obligados a sacarlo nosotros mismos.
Lorenzo permanecía en silencio, en resistencia pasiva, analizando al personal a su alrededor y planeando cómo escapar una vez que bajara.
Pero el destino no estaba de su lado. Otro guardaespaldas se acercó con un teléfono en altavoz.
—¡LORENZO!! ¡REGRESA INMEDIATAMENTE! —retumbó la voz furiosa de Eduardo, tan potente que casi hacía vibrar los tímpanos.
—Abuelo, no voy a volver. Marisela está herida, ¡necesito verla! —protestó Lorenzo.
—Yo me encargaré de que alguien atienda a Marisela. ¡Tú vuelve ahora mismo, deja de molestarla con tu presencia! —le recriminó Eduardo.
Lorenzo apretó los labios y persistió:
—No haré nada más, solo quiero verla, lo juro.
—¡Tu sola presencia le revuelve el