El tono elevado de su voz hizo que todos los empleados cercanos miraran hacia allí. Marisela estaba a punto de responderle cuando Celeste le puso una mano en el hombro, deteniéndola.
—Señora, si le molesta mi presencia, vaya a denunciarme. Busque a alguien de la empresa que se ocupe del asunto. Tanto alboroto, y ni siquiera su base de maquillaje barata puede ocultar sus patas de gallo —replicó Celeste con desdén.
—¡Tú! —Violeta Nahuelpán, ofendida por la despiadada burla, se enfureció al instante.
—¡Una extraña que viene aquí con esos aires! ¿Quién te crees que eres? —respondió alterada, poniéndose de pie.
—¡Voy a denunciarte ahora mismo! ¡Espera a que seguridad te eche!
Dicho esto, sacó su teléfono para llamar. Otros intentaban calmarla, diciendo que no era necesario ser tan hostil y que bastaba con pedirle que se fuera por su cuenta.
—Solo le estaba haciendo una advertencia amistosa, ¿por qué me insultó de entrada? ¿Por qué dejarla irse tan fácilmente? —protestó Violeta, furiosa.
—Yo