Pensó: Tranquila, no te preocupes, todo estará bien. Tienes a Eduardo, él no se quedará de brazos cruzados.
—Ni aunque venga el Papa en persona se impedirá este divorcio —declaró Marisela con voz firme y decidida.
—Bien, entonces ya veremos —respondió Lorenzo.
Marisela apartó la mirada, negándose a enfrentar sus ojos mientras seguía intentando liberarse, pidiendo ayuda a Celeste.
Celeste reaccionó y volvió a forcejear, intentando además pisar los zapatos de Lorenzo.
—Cuando te divorcias, ¡un buen ex-esposo debería ser como si estuviera muerto! —espetó Celeste irritada.
Mientras Lorenzo esquivaba sus pisotones y seguía sujetando a Marisela, ella sacó su teléfono con la mano libre y lo amenazó:
—Si no me sueltas, llamaré a la policía. ¿Quieres que Eduardo tenga que ir de nuevo a la comisaría a buscarte?
Lorenzo la miró, apretando los dientes antes de detenerse:
—No llames a la policía. Solo quiero hablar contigo, Marisela. No te haré nada.
—Perfecto, entonces hablemos en la comisaría —re