¡Tan tarde y este loco de Lorenzo todavía acechándola! La llamada de anoche fue en vano.
—Te estás confundiendo de persona —murmuró Marisela en voz baja, intentando retirar su mano.
—¡Jamás me confundiría! Aunque te convirtieras en cenizas te reconocería. ¡Atrévete a mostrarme tu cara! —masculló Lorenzo entre dientes.
Pasó de sujetarla con una mano a aferrarla con ambas, apretando los brazos de la chica con tanta fuerza que Marisela frunció el ceño de dolor.
Marisela intentaba escapar o alcanzar su teléfono para llamar a la policía, pero no lograba liberarse de las manos de hierro que la sujetaban.
Y como llevaba tacones altos, tras varios tirones perdió el equilibrio y cayó hacia atrás.
Su espalda chocó contra el pecho del hombre. Lorenzo aprovechó para quitarle las gafas de sol de un tirón y, cuando sus miradas se encontraron —la de ella llena de pánico y furia—, él tuvo la absoluta certeza.
—¿Todavía dices que no eres Marisela? ¿Si no, por qué te cubres tanto? —espetó Lorenzo.
Inten