Lorenzo le dijo que la llevaría a tratarse.
Celeste pensó que la llevaría al hospital, pero nunca imaginó que llegarían a una mansión privada.
Ya eran las altas horas de la noche, los guardias y sirvientas de la mansión los esperaban en la entrada para recibirlos con respeto.
—Señor, buenas noches.
Lorenzo ignoró el saludo y caminó a grandes zancadas hacia adentro, cargando a Celeste en sus brazos.
Al ver al señor entrar cargando a una mujer, los sirvientes se sorprendieron y lanzaban miradas furtivas de curiosidad hacia Celeste.
Frente a la mansión había un bello jardín con árboles de diversas especies, cuyas hojas susurraban con la brisa, llenando el aire de un sutil aroma floral.
Lorenzo la llevó a un edificio a través del camino de piedra, entrando a una habitación envuelta en vapores, con un leve olor a azufre.
Al ver el panorama de la habitación, Celeste entendió a qué se refería él con tratamiento.
Resultó que quería a tomar baños termales…
Lorenzo la recostó en una silla jun