Aris no dudó en correr persiguiendo a su hembra.
Diana no tenía ni la menor idea de lo mucho que encendía a su lobo interior con aquella persecución.
Había llegado el momento.
No más juegos.
Ella era suya e iba a dejárselo saber, incluso aunque tuviera que convencerla de la manera más caliente que pudiera.
Mientras ella corría podía sentir el aroma de su miedo y deseo mezclarse con uno más dulce que tenía días oliendo.
¿Ella no se había dado cuenta o él lo estaba imaginando todo?
De repente, sus brazos la rodearon evitando que siguiera corriendo.
Diana no pudo callar el gemido de sorpresa que salió de sus labios.
—Suéltame —Pidió sin aliento y sintió al macho tensarse pero pronto él apartó sus manos de alrededor de su vientre y la soltó para después girarla para que lo enfrentara.
—Hablemos. Cuando despertaste dijiste que teníamos que hablar pero me rechazaste...
Ella lo miró con frustración y molestia, queriendo mantener a raya las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.
—