CAPÍTULO CINCUENTA

Antonio está de pie en la puerta, con sus ojos marrones fijos en mí con una intensidad que me deja sin aliento. A través de nuestro vínculo temporal, siento la guerra que se libra en su interior: el alivio de que lo haya elegido, una gratitud tan profunda que casi lo hace caer de rodillas, y el temor de volver a arruinarlo todo.

—Stella —dice en voz baja, entrando en la habitación.

Me seco las mejillas aún húmedas por las lágrimas, todavía conmocionada por la partida de Roux, por el dolor que vi en sus ojos. —Necesito un minuto, Antonio. Yo solo...—

—Lo sé. —Se acerca, pero no me toca, dándome espacio—. Sé lo que te costó elegirme en lugar de alguien que te trató bien.

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