CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE

STELLA

La sala de entrenamiento que Antonio nos despejó está vacía, salvo por unas gruesas colchonetas que cubren el suelo. Se han retirado todos los objetos frágiles y las ventanas están reforzadas con persianas de acero. Una decisión inteligente, considerando lo que pasó con los columpios.

Estoy de pie en el centro de la habitación con las manos temblorosas, intentando invocar el poder sin perder el control. Elian me rodea lentamente; su cabello blanco plateado refleja la luz de la tarde que se filtra por las rendijas de las contraventanas.

—Deja de pensar tanto —dice con voz paciente pero firme—. La magia feérica no es intelectual. Es instintiva.

—Para ti es fácil decirlo. —Bajo las manos, y

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