De pronto, todas las miradas estaban en Gemma y ella no supo dónde meterse. No podía creer que las náuseas habían decidido aparecer justo en ese momento.

«No podían ser más oportunas», pensó con ironía.

Se obligó a esbozar una sonrisa, tragó saliva y contuvo la respiración con la esperanza que las nauseas pasaran tan pronto dejara de oler aquel desagradable aroma.

—Sí —logró responder, pero el aroma del postre se coló en su nariz antes de que pudiera cerrar la boca. El revoltijo en su estómago se intensificó hasta volverse insoportable. ¿Qué demonios le había puesto su madre a ese bendito pastel?

Se levantó de golpe y salió corriendo en dirección al baño, rogando llegar a tiempo. Apenas empujó la puerta antes de inclinarse sobre el inodoro y vaciar el estómago en un espasmo que la dejó temblando y luego vino otro más.

—Tranquila, cariño… —murmuró Sebastian a su lado, mientras le frotaba la espalda en un intento de reconfortarla.

Gemma quería decirle que se fuera, no quería que la vier