Su voz acarició su piel como una caricia invisible, haciéndola estremecer. Anya se obligó a sostener su mirada. Sabía que Alessandro estaba disfrutando su incomodidad, que le gustaba verla así, atrapada entre la anticipación y el miedo.
—Ven aquí —ordenó él, pero no esperó a que obedeciera.
Tomó su muñeca con firmeza y la llevó hasta el espejo de cuerpo entero que estaba en una esquina de la habitación. Se situó detrás de ella, dejando que su cuerpo fuerte y alto la envolviera.
—Mírate —susurró en su oído, deslizando una mano por su cintura—. Ahora llevas mi nombre, mi anillo… y pronto llevarás mi marca en cada parte de tu piel.
Anya desvió la mirada, pero Alessandro atrapó su mentón con dos dedos y lo obligó a girar hacia el reflejo.
—No huyas, tesoro. Quiero que veas exactamente lo que eres ahora.
Su tono era una mezcla de posesividad y promesa. Y lo peor de todo… era que una parte de ella sí quería verlo. Quería sentir lo que significaba ser la esposa de Alessandro Petrov.
Sus dedos