La oficina de Los Laureles seguía con su rutina diaria, pero los empleados no podían ignorar la sombra de incertidumbre que aún se cernía sobre ellos. Clara había sido arrestada, pero cada miembro clave del equipo sabía que su actuación no había sido un simple caso aislado.
Laura trataba de enfocarse en sus tareas, pero cada nuevo mensaje o actualización de los sistemas internos la hacía sentir en alerta. Carlos y Marta, por su parte, revisaban registros y analizaban patrones con la precisión de un relojero, buscando cualquier anomalía. Helena coordinaba reuniones con recursos humanos y el equipo de seguridad informática, asegurándose de que no hubiera brechas.
Pero la verdadera tensión crecía en la sala de conferencias, donde Alex, el dueño de la empresa, se reunía con los líderes de su equipo. Con el ceño fruncido, apoyó ambas manos sobre la mesa de madera oscura, observando con detenimiento los informes que Carlos y Marta le habían entregado.
“Ya hemos identificado intentos de a