La noche se cernió sobre la ciudad con una oscuridad pesada, como si la propia atmósfera estuviera conspirando en contra de Sebastián. El aire fresco de la madrugada le rozó la piel, y él, de pie frente a su ventana, observaba las luces titilantes de los rascacielos que parecían vigilantes en la distancia. Ya no había vuelta atrás, y lo sabía. La decisión estaba tomada, y ahora todo lo que tenía que hacer era enfrentarse a las consecuencias.
Su mente seguía repasando las palabras de Gutiérrez, que resonaban en su cabeza como un eco distante pero constante. Lo había advertido: "El poder tiene un precio, Sebastián. Y siempre que juegues en este juego, debes estar dispuesto a perder algo. Siempre." Esas palabras lo perseguían, pero al mismo tiempo, había algo que lo impulsaba a seguir adelante, una necesidad de equilibrio que solo podría encontrar destruyendo a Javier. La venganza ya no era solo un deseo, sino una necesidad insostenible que lo consumía por dentro.
El teléfono vibró en su