La atmósfera en el apartamento era tensa, cargada de una electricidad palpable que amenazaba con estallar en cualquier momento. Aitana mantenía la vista fija en Javier, con el maletín apretado entre sus manos. Cada segundo que pasaba parecía eterno, un suspiro suspendido en el aire. La traición, la desesperación y la rabia se entrelazaban en su mente, formando una marea creciente de emociones que la empujaban a tomar una decisión que cambiaría su vida para siempre.
Javier seguía de pie frente a ella, la mirada fría y calculadora, como si estuviera observando a una pieza en un tablero de ajedrez. El brillo en sus ojos mostraba una confianza inquietante. Pero Aitana sabía algo que él no había anticipado: ella no iba a ser otra pieza en su juego. Ya había jugado esa partida, y estaba decidida a escribir su propio destino.
-Te creí, Javier -dijo Aitana, su voz temblorosa al principio, pero ganando firmeza con cada palabra-. Creí en tus mentiras, en tus promesas. Pero ahora me doy cuenta d