La tensión en el aire era palpable. Aitana y Elena se deslizaban en la oscuridad del edificio, las luces apenas encendidas y la humedad envolviendo cada rincón. El lugar estaba desierto, al menos en apariencia, pero cada paso que daban resonaba con el eco de lo que estaba por suceder. Los pasillos estrechos, las puertas metálicas que se cerraban con un resorte, el olor a polvo y a hierro oxidado... todo en el ambiente hablaba de secretos guardados, de decisiones tomadas en la penumbra.
Ambas sabían que la confrontación estaba cerca. Aitana sentía la ansiedad recorrerle las venas, pero se obligó a mantener la calma. Sabía que cualquier error podría ser fatal. Mientras avanzaban, pensó en todo lo que la había traído hasta allí, en todo lo que había sacrificado. El amor, la lealtad, la confianza. Todo se había desmoronado, pero de alguna manera, aún quedaba algo dentro de ella que no podía dejar ir: la justicia. La necesidad de que todo esto terminara, de que las piezas se colocaran en s