La oscuridad de la noche ya había caído por completo, y la ciudad parecía respirar al unísono, cubierta por una capa de misterio. Aitana, sentada frente a una mesa en una de las habitaciones más alejadas del complejo subterráneo donde se encontraban, no podía dejar de pensar en la magnitud de lo que se estaba por desatar. Aunque había dado un paso adelante, ahora la incertidumbre pesaba más que nunca.
A su alrededor, Elena organizaba una serie de documentos, todos llenos de nombres y direcciones. Era un rompecabezas que, aunque aparentemente claro en sus partes individuales, no lograba encajar en su totalidad. Aitana observó los mapas y las rutas, las conexiones entre diferentes figuras de poder y las localizaciones que en su mente se convertían en puntos de presión, puntos de control que no podía permitir que cayeran en las manos equivocadas.
-Esto es más complicado de lo que pensaba -dijo Aitana, su voz un susurro lleno de frustración. Se pasó la mano por el rostro, cansada.
-Lo sé.