••Narra Charlotte••
En todo el trayecto hasta llegar a la mansión, Frederick mantuvo mi mano entrelazada con la suya, su pulgar dibujando círculos tranquilizadores en mi piel. Pero la calma era superficial. En mi mente, dos tormentas chocaban: la amenaza contra Ana… Y el recuerdo imborrable de lo que había visto en la habitación de Arturo.
Al estacionar frente a la entrada principal, la figura impecable de Arturo apareció como por arte de magia, abriendo mi puerta con su habitual eficiencia. No pude mirarlo a los ojos. Bajé la vista fijándome en el tercer botón de su chaqueta negra, sintiendo cómo el rubor subía desde mi cuello hasta las orejas.
—¿Dónde estabas? —La voz de Frederick cortó el aire como un látigo al pasar junto a él. No era una pregunta casual; era una demanda de cuentas. Su hombre de máxima confianza había estado ausente cuando más se le necesitó.
Arturo no titubeó. Su respuesta fue tan pulcra como su traje:
—Revisando los protocolos de seguridad perimetral en el ala