••Narra Frederick••
El aire en la sala del tribunal olía a polvo rancio y ambición frustrada. Estaba viendo como el juez estaba acomodando unos papeles que seguro no había leído. Estaba sentado junto a mi abogado, no como un acusado, sino como un espectador ligeramente aburrido de un mal teatro. El fiscal novato se veía muy feliz al creer que tenía un caso sólido en mi contra. Todos los fiscales tienen sueños húmedos con meter a prisión a peces gordos, para crearse una reputación.
Lastimosamente, ese chico se estaba haciendo ilusiones falsas. Esto se resolvería una vez que llené las manos de Ana con billetes para que retire los cargos. Y en caso que esa asesina de bebés no despierte, el dinero irá a su familia a cambio de un trago parecido.
El juez, un hombrecillo con gafas de montura fina y una expresión que pretendía ser imponente, golpeó el mazo con un ruido seco que pretendía resonar con autoridad, pero apenas hizo eco en la madera gastada.
—Señor Lancaster —dijo, mirándome por e