—¡No, Charlotte! ¡No lo hagas! —dijo Willy, sentándose en la cama con dificultad.
—¡Señora Lancaster, el doctor dijo que debía estar en calma, sin estrés! —intervino Arturo, mientras me colocaba una bata sobre el camisón, ignorándolo.
—¡Y eso es justo lo que estoy haciendo! —hablé con firmeza, cerrando el nudo de la nata con tanta fuerza como si fuera el cuello de Miranda—. ¡Hago esto por mi tranquilidad y para liberarme del estrés! ¡Jamás estaré completamente calmada con esa víbora suelta en la mansión!
—¡Charlotte! —Era eso que Arturo usará mi nombre de pila—. Frederick y el doctor dijeron…
—¡Frederick y la doctora no están! —sentencié—. Uno está siendo procesado por intento de homicidio y la otra está ocupada con diversos pacientes. Y ninguno de los dos calcularon lo peligroso que puede llegar a ser el veneno de una serpiente.
Arturo me miró como si no me conociera, algo de sorpresa cruzó su rostro.
—¿Estás segura de lo qué vas a hacer? —preguntó el jefe de seguridad, con su ros